jueves, 25 de junio de 2009

Lectura de abejas

abeja reina libros presenta:

ni jota, de paula jiménez

el refugio, de victoria schcolnik

viajar sola, de mercedes araujo

leerán las autoras, se proyectarán videos y brindaremos

los esperamos

viernes 3 de julio, 19 hs.

librería de mujeres, pasaje rivarola 175


miércoles, 24 de junio de 2009

Donde pueden adquirir nuestros libros

El gato escaldado
Av. Independencia 3548 (Boedo)
Frontera
Av.Boedo y Av. Indepencia
Librería de Mujeres
Pasaje Rivarola 175 (Centro)
Guadalquivir
Callao 1012 (Centro)
De la Mancha
Corrientes 1888 (Centro)
Otra lluvia
Bulnes 640 (Almagro)
Fedro
Carlos Calvo 578 (San Telmo)
Librería Norte
Av. Las Heras 2225 (Barrio Norte)
Crack up
Costa Rica 4767 (Palermo)
Eterna cadencia
Honduras 5582 (Palermo)
Prometeo
Honduras y Gurruchaga (Palermo)
La zona urbana
calle 21 (Miramar)
Déjalo ser
9 de julio 1063 (Miramar)
Librería Lope de Vega
9 de julio 1201 (Miramar)

domingo, 31 de mayo de 2009

Entrevista a Mercedes Araujo




Nota publicada el 31 de mayo de 2009
Por Eugenia Segura



Con la biografía como ejercicio de alto riesgo, la autora mendocina Mercedes Araujo acaba de editar por Abeja Reina su tercer libro, "Viajar sola". Un recorrido apasionado por la naturaleza tremenda del continente negro.
Mercedes Araujo es una de esas escritoras raras, que cuentan en su haber con una ruta de viajes un tanto extrema: desde un conocido colegio de monjas mendocino hasta el África subsahariana. Semejante trayecto promete toda clase de aventuras, sobre todo si, como insiste desde el título, se es mujer, se viaja sola. En su departamento de la calle Tacuarí (pleno centro de Buenos Aires), conviven varias Mercedes en furiosa armonía: la perfecta anfitriona que anima varias editoriales independientes (Sigamos enamoradas, Abeja Reina), la niña terrible que coleccionaba amonestaciones y nidos de pájaros en un cuartito clandestino de Chacras de Coria -lectora irredenta de Emilio Salgari-, la abogada ambientalista, la cocinera proverbial, la artista plástica. No es una especie de versión femenina de Hemingway, de hecho, cuesta imaginarla durmiendo bajo un termitero, o trepando el monte Kenia entre monos y cebras, ahora que la vemos cómodamente sentada en su sofá de roble y terciopelo verde, rodeada de objetos bellos. Pero los detalles ásperos, la precisión vívida de su libro, dejan a las claras que tampoco se trata de una de esas turistas que sólo van del resort al mercado de souvenirs prestigiosos. "Siempre supe que iba a ser escritora, terminé estudiando abogacía no sé por qué, porque de algo hay que vivir, supongo. Pero fijate que pude unir las dos cosas, mi fascinación por el desierto -que es el personaje principal de la novela que estoy escribiendo ahora, una historia de amor prohibido entre una cazadora aborigen y un bandido blanco, en la época en que se estaban secando las lagunas de Huanacache- me llevó a estudiar ese recurso hídrico que sostiene una imagen medio ficticia de Mendoza como un bosque. La regulación que hay sobre el agua es absurda, la están saqueando sin ningún criterio, fuera del mercantil", dice mientras ceba unos amargos en un mate rosa metalizado. Todo empezó en Mendoza, con un premio que la llevó a publicar en la antología Joaquín Barbera, después estudió derecho y, paralelamente, bellas artes, hasta que descubrió que ambas disciplinas sólo la conducían al orden. "Después me casé, viví un tiempo en Madrid, también viví en Buenos Aires, donde asistí a los talleres de Cristina Piña. Con ella trabajé el libro 'Ásperos esmeros', que salió por Ediciones del Copista, en Córdoba". Pero aquellas aventuras leídas en la infancia, de piratas y tigresas, la llevaron a buscar en el mar Índico su verdadero nombre. He venido al desierto para irme de tu amor, que el desierto es más tierno y la espina besa mejor. Como siempre, la coherencia en la contradicción expresa la fuerza de un deseo, aquellas palabras del genial filósofo argelino le vienen como anillo al dedo a Mercedes, y nos sitúan sobre la pista que hace, de 'Viajar sola', un libro que excede en mucho a la simple crónica de viaje cortada en versos, tan propia de los '90. En continuidad con su libro anterior, 'Duelo' (publicado por En danza en 2005, junto a Cecilia Romana y Carolina Esses), una historia de desamor da impulso a tanto kilometraje, que implica, a la vez, una tensión con aquella ruta señalizada sobre lo que puede decirse del deseo desde una firma femenina. Devenir el animal salvaje que se mira, para incorporarlo por esa rara ósmosis que tienen en común la poesía y la magia primitiva, es la cura que va a encontrar la peregrina del corazón roto, que inicia la travesía en el primer poema del libro. El desierto como destino metafísico, ascético, pronto cede su lugar al espacio real, donde Mercedes despliega su bestiario. "Una hiena presa con una correa, un pedazo de carne,/ un poco de agua en un vaso puesto junto al fuego" es el verso anónimo que la guía mientras recibe su bautismo africano, Cumene, junto con las píldoras para la malaria, el cólera, la fiebre amarilla. Pronto, los pájaros enjaulados, los carneros sacrificiales, son reemplazados por animales más intensos: "Cuando navego soy carnívora/ gritar trepada a la vela: carnívora/ ojos de chita furtiva, sanguinaria y cansada", o bien: "Si fuera lagarto hembra/ usaría esa piel y flotaría en el río como madera/ para tratarme con lagartos/ de igual a igual/ y que me teman como yo a ellos". También se integra el paisaje humano: una aldea masai donde las solitarias mujeres de las tribus nómades cazan aves, y les tienen miedo a los monos. "Eso fue maravilloso" extiende la anécdota "ahí sólo vivían mujeres y niños, en unas casas redondas hechas de adobe y ramas. Todo el tiempo tenían que marcar el territorio, para defenderse de los predadores. Fue increíble porque me llevaron hasta la mujer principal, y ella se fascinó con mi cabello largo -ahí todas están rapadas- y con una especie de bufanda amarilla que yo tenía. Se la ofrecí, y entablamos una amistad espontánea, de alguna manera ese gesto tan femenino de tocar una tela nos hermanaba, aunque no nos entendiéramos una palabra". O las calles de Nairobi, en las que, como una Alfonsina contemporánea, escribe: "Cuando no estemos en Nairobi, Moses/ podrás correr con tu auto verde gris/ y escurrirte agua fresca. Mientras tanto/ tendrás que conducir/ incrustados mis ojos en tu cuello". Aquel viejo slogan, has recorrido un largo camino, muchacha, encuentra la enunciación plena del deseo y su mordaza, en un poema que habla desde el yo, libre ya de toda metonimia: "a mordiscos dando coces/ .../ las ancas rebosantes/ .../ con el cuerpo vendado/ hice movimientos inútiles/ tensé músculos sanos/ hasta el extremo". Varios son los nombres que Mercedes espera, recibe y se da a lo largo de este libro: rapsoda, caballo dócil, valentona, Mukongo, Cumene, y más. De todos ellos, quizás el que mejor las reúna a todas, sea el que le dieron sus vecinos en el Congo: ella es una auténtica chica-borrasca.

miércoles, 18 de febrero de 2009

2009


El 28 de febrero, cuatro de las integrantes de Abeja Reina estaremos en Resistencia, concretamente en la Feria del Libro del Chaco, dando lanzamiento a la editorial y presentando nuestros primeros títulos: "Viajar sola", de Mercedes Araujo, "El refugio", de Victoria Schcolnik, y "Ni jota", de Paula Jiménez. Una particularidad que parece ir marcando hasta acá un estilo, aunque no sabemos si continuará así, es que nuestros libros han sido acompañados por imagenes fotográficas o dibujos, en algunos casos de producción de la propia autora. Durante el mes de marzo la "trilogía" primavera - verano será distribuida en varias librerías de capital, y ya estamos desarrollando nuestro proyecto de publicaciones para el año 2009. También en ese mes, marzo - ya les diremos qué día y dónde-, compartiremos con ustedes un brindis por el vuelo de la Abeja en el año del Búfalo. Nos vemos ahí!

sábado, 10 de enero de 2009

Poemas


el refugio
Victoria Schcolnik


***las florcitas silvestres
flotan

se acumulan,
como un residuo acuático
del viento

qué sabrán de la flotación
cuando miro a lo frágil apoyarse sobre lo frágil
reconozco en esa leve fricción
la forma en que mis manos esperan
sostener alguna gracia

***el rocío se cristaliza
entre la hierba y mi piel, amanece
cientos de luciérnagas viniendo con sus brasas

¿cómo desciendo al lago, al azul frío
en el que nadan los cardúmenes
sin perseguir la corriente que los lleve lejos?

¿cuál es el rito de mi espera?

¿es el lugar de un amor
por el que pasan, sin detenerse, los peces?

***qué pasaría si un ejército llegara al lugar de batalla
y los enemigos hubieran muerto,
cómo hace uno cuando aquello
por lo que le ha tocado luchar
ya no existe
y se encuentra haciendo movimientos inútiles
limpiando la escarcha de inviernos pasados
esperando lo que ya no se ama

***te espero
como se espera la punta de una lanza
aún no clavada en el cuerpo

***dice que teme a las raíces de los árboles
que cuando se va a dormir
siente que la tierra debajo del cemento no está quieta
dice que son las raíces de los árboles
y las llama “los fantasmas de la tierra”

dice que sus sueños son de cierta materia mineral
que conserva un secreto que sus sueños persiguen

sabe que las almas son algo extraño sobre la tierra
pero no distingue, no sabe
si es la tierra lo que tiembla o su cuerpo atado a un amor desconocido



Ni jota
Paula Jiménez


(abeja reina,

noviembre 2007)




*** Desde adentro, por debajo del jardín, en la trastienda del camino de la hormiga, la catacumba o el alma de la casa, desde allí mismo se gestaba el huracán, una fuerza centrífuga trayendo al comedor los sucesos de los días. El viento se alzaba fuertemente y nos dejaba una lluvia de recuerdos. Las nenas no entendíamos ni jota. Empapadas salíamos a la calle, como después de haber cruzado un río.

*** Rodeábamos la mesa nosotras, la Tía con su pañuelo floreado, de los colores de las patas de la silla unos pelos duros le asomaban por los bordes descosidos. Como las olas mecía el cucharón que dejaba caer las papas fritas, los bifes de roast beef, las ensaladas. A la sombra de sus manos, sobre el vidrio soleado que cubría el mantel, se juntaban los platos uno al lado del otro, entre ellos se rozaban esos platos, se pegaban codazos, se decían secretos. Todos tenían un agujero en el medio, sólo uno, decía la Tía, pero muy hondo, muy jondo. Igualitos a las cuentas de un collar.

*** También era uno el surco que cruzaba ese campo, y el novio de la Tía cuidaba de esa siembra, longa y única como el horizonte que se veía desde el techo. El novio de la Tía no cuidaba el horizonte, no se puede cuidar un horizonte, sino el campo lejano a la casa donde habíamos crecido. No son del tiempo, decía el novio de la Tía, porque el tiempo no crece: pasa. Y ella pensaba en el enano de la carreta, duro y de colores, que no pasaba él, que no crecía.

*** Cuando tomábamos la comunión parecíamos novias, hacíamos una fiesta para ponernos el vestido. Éramos chiquitas, tan chiquitas que, como a gallinas, cualquiera nos pisaba, aunque siempre más altas que el enano, y muchas también, y cabíamos debajo de la falda de la Tía. Entrábamos ahí y corríamos la calle de la iglesia por escapar de él. Él usaba unos guantes para no dejar huella y se volvía indeleble y húmedo, un marcador que se borra con el codo. Lo llamábamos el novio de la Tía porque no sabíamos decir tío.

*** A veces, en mitad de la noche, rugía el volcán, el ciclón, el huracán debajo del jardín. Escuchábamos el temblor en las paredes y en los techos, unos pasos acompañaban el movimiento sísmico que de vez en cuando colmaba nuestra vida de hechos importantes, que de vez en cuando, y sólo de vez en cuando, derramaba su lava de futuros recuerdos sobre la oscuridad del comedor. Y la lava brillaba y lavaba los muebles y los pisos, la Tía res lavaba y resbalaba en la sal. Hacia el sur iba de cola nuestra Tía, como la novia, como la Osa mayor.

*** Esa manía que tenían en la casa de ponerle a todas las palabras, los sonidos, cualquier cosa dicha por ahí, a todo le ponían una jota, ¡oh, jota! ¡oh, jota!. Delante de las cosas que decíamos, siempre esa letra, esa inicial que bailaba Tía Juanita con las patitas a un costado, ella saltaba y en el aire se tocaba un talón con el otro, usaba un vestido para aquellas ocasiones, un vestido gallego, colorinche, del que a veces colgaban cascabeles, castañuelas, castañas, cachiporras. Y yo me avergonzaba de esa letra, me ponía roja y diferente, un tomate en el cajón de las lechugas, una jota entre las ge.

viernes, 19 de diciembre de 2008

algunas consideraciones sobre las abejas



Es todo lo que tengo hoy para traer–
esto, y mi corazón además–
esto, y mi corazón, y todos los campos–
y todas las praderas anchas–
cuente bien– no sea que alguien
pueda revisar la cuenta-
esto, y mi corazón, y todas las abejas
que en el trébol moran
Emily Dickinson





Verdaderamente hermosos.
Sus cuerpos no pueden mentir
la flor pica a la abeja.
El suelo necesita del abismo.
Dicen las piedras, dicen los peces.
Theodore Roetke

Retrotráiganse al código de señales de las abejas. Nosotros lo llamamos danza, pero eso no es danza de nada. La danza de la abeja está genéticamente determinada para tener la capacidad de realizar esos movimientos que nosotros les llamamos
danza, porque tiene alguna similitud. Pero la abeja, evidentemente, no está danzando, en absoluto. La abeja lo que está indicando es que hay un botín, una fuente de alimento (...).
Víctor Gómez Pin